Hoy desperté con tu nombre pegado a mis labios, Amankaya
y corrí a buscar tu imagen al desván de mis sueños, ahí donde nada es real y
todo es posible.
Mi niñita dulce, te encontré como siempre
regalándome sonrisas, apostada en la puerta de un arcoíris. Te acaricio con la
mirada hasta sentir ese amor que no posee palabras. Veo tus ojos sin horizontes,
achinándose sin miedos a esa vida que ves pasar que no es tuya, pero que tú
rozas cada mañana al despertar.
No puedo evitar balancearme en tu recuerdo, Flor de
azucena, que es lo que significa tu nombre, Amankaya, mi niñita tierna.
Atrás quedó tu cuerpo chiquito y yo prendí el vuelo
muy lejos de tu paisaje, pero antes de partir me pediste unas alas para volar
como las mías. Al principio no te entendí hasta que señalaste mis pies.
Entonces vi tus piececillos de angelote renegridos, encallecidos de ignorancias
y corrí a buscarte unas alas tan diminutas como tú. El estupor en tu gesto hizo
más grande mi corazón, nada comparable cuando te pusiste tus alas y volaste del
revés.
Cierro los ojos y te veo, te veo, y te siento como
lo más hermoso que mis ojos han podido ver y palpar con la pureza de una
imagen.
Amankaya, Flor de azucena, mi sueño ya es real como
tú misma.
6 comentarios:
Qué preciosidad, es duro, porque todo lo que sea ver sufrir a un niño duele pero lo has descrito con tanta ternura.
Besos.
Hola, Mª Ángeles!
Siempre una buena crónica. Me gustó.
Un beso.
Pedro
Qué poco necesitan para regalar esa sonrisa de felicidad.
Cumplir un sueño es tocar el cielo Mª Ángeles, y si Amankaya te da esa sonrisa de relalo, lo más.
Besos.
Una preciosa mujercita con sus zapatitos al revés...
Hermoso homenaje, amiga.
Mi abrazo y mi cariño.
Joer... amiga.
Qué poquito haría falta si el corazón fuese aquello para lo que fue creado.
Besos, y muchas gracias por el texto.
Saleta.
Publicar un comentario